“El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”
(Cien años de soledad)[1]
Me parece curioso que con una historia narrada en pocas hojas como lo es la “la epidemia del olvido”; García Márquez logre mostrar (o su escrito se preste para ello) la complejidad que aparece a la hora de pensar el lenguaje y cómo este significa una forma de vida de acuerdo con lo sostenido por Wittgenstein.
La complejidad a la que me refiero aparece descrita en el tercer apartado de Cien años de soledad cuando a propósito de la “peste del insomnio” y la llegada de Rebeca, la india Visitación dijo a José Arcadio Buendía que “lo más temible de la enfermedad del insomnio [enfermedad que se manifestaba en los ojos de Rebeca] no era la imposibilidad de dormir, pues el cuerpo no sentía cansancio alguno, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido”[2].
El primer caso de olvido apareció con Aureliano
“quien un día estaba buscando el pequeño yunque que utilizaba para laminar los metales, y no recordó su nombre. Su padre se lo dijo: “tas”. Aureliano escribió el nombre en un papel que pegó con goma en la base del yunquecito: TAS. Así estuvo seguro de no olvidarlo en el futuro. (…) Pocos días después descubrió que tenía dificultades para recordar casi todas las cosas del laboratorio. Entonces las marcó con el nombre respectivo, de modo que le bastaba con leer la inscripción para identificarlas”[3].
Este ejercicio para la identificación parece ser acorde con la tesis del Tractatus en la que Wittgenstein dice: “El nombre significa el objeto. El objeto es su significado”[4]. Así que hasta el momento el problema que vive Aureliano se presenta con cierto grado de levedad debido a que “tan solo son nombres” los que se olvidan: “con un hisopo entintado marcó [José Arcadio Buendía] cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola. Fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerco, gallina, yuca, malanga, guineo”[5].
Pero ¿qué es malanga? ¿Qué significa guineo? Sin duda lo que se perdía era el nombre, pero no la utilidad que tal objeto, aunque careciera de nombre, proporcionaba. Los objetos significaban algo aún cuando no se les pudiese recordar, por ejemplo, que tal cosa, ese algo, ésto… sirve para recoger agua, se sabía pese a no poder nombrarlo, al igual que se sabía que malanga era una planta y que guineo era el nombre de un plátano.
Hay que contar pues con que la utilidad está ligada a prácticas cotidianas, al igual que el nombrar, pero José Arcadio Buendía “se dio cuanta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad”[6].
Así colocó a la vaca un letrero que decía: “Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche”[7]. La realidad pues no aparece como aquello que está frente a hombre, como una paredes y que el hombre nombra y con la cual establece un sin número de relaciones. La realidad “como algo allá” empieza a desdibujarse y a ser muy compleja gracias a que el olvido progresa, y ahora se empieza a vivir en “una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran lo valores de la letra escrita”[8].
A la utilidad subyace una serie de prácticas cotidianas que constituyen la vida ¿qué es pues ordeñar? ¿La leche es un líquido? ¿Cuál? El letrero que fue colocado en la vaca es tan complicado que revela la conexión entre aquello que llamamos “realidad” y “nuestra vida”. Wittgenstein dice: “llamaré también ‘juego del lenguaje’ al todo formado por el lenguaje y las acciones con las que está entre tejido”[9] abriendo así las puertas para entender el paso que se da de los objetos que se intentaban nombrar al letrero grande colocado en la calle central que decía “Dios existe”, ya que Dios hace parte de las prácticas cotidianas de la gente de Macondo, al igual que lo son los sentimientos que también habían sido olvidados.
El sistema decayó finalmente al faltar fortaleza moral, dado que no era un mero ejercicio mental o voluntario, porque ahí estaba comprometida la vida de cada individuo, optando por el recuerdo de cada cual mediante las figuras de la baraja de Pilar Ternera.
Ante toda esta situación
“José Arcadio Buendía decidió entonces construir la maquina de la memoria que una vez había deseado para acordarse de las maravillas de los gitanos. El artefacto se fundaba en la posibilidad de repasar todas las mañanas, y desde el principio hasta el fin, la totalidad de los conocimientos adquiridos en la vida. Lo imaginaba como un diccionario giratorio que un individuo situado en el eje pudiera operar mediante una manivela, de modo que en pocas horas pasaran frente a sus ojos las nociones más necesarias para vivir. Había logrado escribir cerca de catorce mil fichas”[10]
Según lo dicho hasta aquí creo que pensar una maquina de este tipo es reconocer de algún modo que “imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida”[11]. Sin embargo, la vida no se captura en diccionarios de 14.000, o más palabras, la vida es inasible, las palabras son irrelevantes sino se puede recordar el significado que en la vida han adquirido, de modo que un diccionario con definiciones no aporta más que signos posiblemente legibles pero son en un alto grado insignificantes. “Cuando decimos: “toda palabra del lenguaje designa algo” todavía no se ha dicho con ello, por de pronto absolutamente nada, a no ser que expliquemos exactamente qué distinción deseamos hacer”[12].
El problema que García Márquez describe lo veo a la luz de lo que a partir de Wittgenstein se puede sostener “ todo lenguaje es en todo caso completo”, ya que no hay incompletad en el lenguaje, hoy está completo , en diez años lo estará y hace 100 años lo estaba. Sin embargo la situación se complica como en el caso de José Arcadio Buendía, si en lugar de agregar elementos nuevos a un lenguaje que lo amplíen, se le quitan partes, y no por desuso, sino por el olvido en este caso, por amputación violenta de partes del lenguaje, así es pues como se nota que la s formas de vida de las que habla Wittgenstein y los lenguajes están en profunda conexión y se logra ver cómo el significado está ligado mucho más al uso que al simple bautismo que alguien haga de las cosas.