Posmodernidad: “La
filosofía de los ignorantes”.
Una crítica a la docencia a propósito de Mario Bunge
Por: Luis Oswaldo Bernal Correa
Licenciado en Filosofía
Es tan provocativa esta frase que uso como título, que no podía evitar
comentarla. La leí el pasado domingo 4 de mayo, en la sección de “Educación” del
Periódico El Espectador (Colombia), en
una entrevista dada por Mario Bunge a Agenciasinc,
y que se reproduce casi completamente en el impreso Colombiano.
A modo de advertencia
Empiezo por confesar que a Mario Bunge lo leí durante mis estudios de
filosofía para confirmar las sospechas -bien fundadas- que mi profesor de
Filosofía de la Ciencia sembraba sobre nuestras incautas y curiosas mentes; al
señalar a Bunge por su falta de originalidad, por sus resúmenes mal hechos de
las discusiones científicas y por un simplismo en su pensamiento que hacían de
su lectura una pérdida de tiempo. Lo curioso de todo esto es que su famoso
texto “La ciencia: Su método y su filosofía”, cabalga rampantemente por las
manos –porque las mentes son otra cosa- de los estudiantes de bachillerato de muchos
colegios en Colombia, creyéndola fuente invaluable de conocimiento. Sin
embargo, hay un problema mayor, más grave y más interesante: el vacío intelectual
de la academia, al que me voy
a referir y que me surge tras la lectura del artículo de Bunge.
En contra de la Posmodernidad
La discusión entre modernidad y posmodernidad, que hoy muchos
estudiantes y docentes de humanidades, sociales y educación zanjan rápidamente eligiendo
-casi por principio- a la posmodernidad por sobre cualquiera otro modo de
pensamiento, es atacada sin temor por Bunge, quien señala que el pensamiento
posmoderno es: inmoral, suicida y reaccionario, o como lo llama: “la filosofía
de los ignorantes”.

No pensar es una opción de vida: repitamos
En la era de la información caracterizada por el exceso de fuentes y
datos, así como por la multiplicidad de canales y medios para acceder a ella,
es inversamente proporcional el número dispositivos de acceso a la información respecto
al número de lectores inteligentes[1].
La inteligencia está asociada a la capacidad de análisis (y a ella me refiero),
así como a la responsabilidad que le sobreviene en el contexto educativo.
Hoy por desgracia tenemos acceso a mayores y mejores fuentes de
información, pero lo que hacemos con ellas es lamentable, porque ahora la gente
sólo repite. Muchas voces en la academia son de “repetidores” que fungen como “profesores”,
y que gozan gastando horas y horas en clases de filosofía, historia, metodología,
epistemología, seminarios etc., repitiendo autores que no conocen, que
escribieron libros que no han leído, y que citan irrelevantemente gracias a algún
resumen encontrado en un libro de métodos de investigación, cuando no ha sido
rampantemente plagiado de la red.
¿Los conocen? Yo sí. Estos profesionales – muchos colegas míos- no
cuentan con análisis personales, con tesis, ni con posturas teóricas. Son entes
vacios, intelectualmente hablando. Escucharlos es casi como ir a la Iglesia a
dormir porque “todo es relativo”, “todo es tolerable” y se puede conciliar y
complementar, todo es paz y amor en mundo ideal. Lo absurdo de esta postura no
son sus aseveraciones, sino que carecen de elementos que las sustenten; son sólo
repetidores. No hay modo de entablar un diálogo, ni un debate porque “no hay
con quien”, no poseen los elementos.
Recuerdo ver cómo citan a Platón y hablan de Aristóteles, a Popper y a
Kuhn, sin si quiera haberse atrevido a constatar
las afirmaciones de los resúmenes que presentan. Hablan de la ciencia, de la historia y de la filosofía
repitiendo citas, fechas y nombres que ni siquiera saben pronunciar. Estos
profesionales pululan en las aulas universitarias y también en los colegios,
con el poder de la estructura y la nota, con la ignorancia como principio y
proyecto de vida. ¡Y después nos preguntamos por la calidad en la educación!
En fin, Dilthey, Levi-Strauss, Foucault, Deleuze, Nietszche, Heidegger
y tantos otros, tienen en los repetidores su peor expresión, porque estemos o
no de acuerdo con sus tesis (las de los filósofos), seamos o no afines con la
modernidad o la posmodernidad, en estos profesionales (quienes en casos cada
vez más frecuentes son magister y doctores) los planteamientos de grandes
autores pierden valor.
¿Cuántas hojas hay que leer?
La diferencia entre un profesional recién egresado y alguien que ha
dedicado más tiempo al estudio académico de un área del conocimiento debe ser la
amplitud y profundidad de su saber. Es la experiencia y la experticia combinadas
en un saber nuevo y de altura. Empero, muy a mi pesar, hoy los lectores
exigentes son escasos pues muchas veces la gente “pelea y grita” no por el tipo
de lectura sino por la cantidad de hojas que deben leer. ¡Es absurdo!
Por esto, sin entrar a rebatir las provocadoras tesis de Bunge, debo
señalar que aunque disiento en varios puntos que plantea, cómo sería de bueno
poder encontrarse con docentes y estudiantes de la talla intelectual de éste personaje.
No todos tienen que ser filósofos –aunque Oppenheimer, nos recuerda que en la
UBA hay casi 3 filósofos por cada físico- sólo tienen que ser responsables con
el saber que pretenden en enseñar, leer y aprender de lo que hablan, y asumir
éticamente el reto y la responsabilidad de ser maestros, y no vanos repetidores.
Así pues, tras la lectura de la realidad que conozco, y a propósito de
las palabras de Bunge, debo decir que: Mientras estemos en manos de los repetidores
–con títulos, pero repetidores- la educación universitaria y secundaria será
presa de la ignorancia y la irrelevancia como principios de la enseñanza.
[1]
Algún día propondré un estudio que sustente esta aseveración, por el momento
dejémosla en intuición.
Referencias
Imagen libro: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiCfQxLB2ud6-pzQAmHk1vIGGDed5v0knFMN-rZtVV51rOsaeLMJtOa5MaKbqNavDaNLzR4bkfdz17VetZWJv98TMff_KuZxuxyDOYEJyM7B98ARfwijvzR4dt1YrWbEAim1sFpkcd1spY/s320/portadabunge.jpg
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