Por: Luis Oswaldo Bernal Correa
“El griego”.
Caían fuertes gotas de agua bajo el telón oscuro y frío de la noche. El viento movía tan profundamente las columnas de la vieja casa que con sólo su sonido la trémula noche sucumbía de miedo. El cobertizo lánguido de la casa gemía al son de cada ráfaga de viento que hacía crujir los maderos de las paredes y apagaba la luz de la vela, la única vela que en todo el pantano perturbaba el silencio.
Nadie creyó que Niels pudiera caminar bajo la torrencial lluvia; pero lo hizo, impecable y vestido de blanco, con ese bastón de roble viejo que sostenía el lado izquierdo de su cuerpo, mientras arrastraba su gélida pierna sobre el lodo marrón que salpicaba su alma. El viejo Niels era otro. Sus largos cabellos grises extrañamente relucían sobre su inclinada cabeza de la que apenas se veían sus ojos por entre un par de mechones. Algo había sucedido, no cabía duda.
Un destello opaco traslucía sus ojos amarillos acentuando esa frente rugosa que alimentaba la más profunda de las tristezas. Su piel daba asco, era más decrepita de lo normal. Sus cuencas se cubrían de un vacío eterno y petrificante; sus huesos, sí, sus huesos se marcaban tanto que parecía un cadáver caminante. De sus manos largas y arrugadas goteaban rojas y espesas emanaciones de sangre extendiéndose de tal modo que parecían una prolongación de sus dedos.
Casi cien pasos atrás, entre la niebla espesa y el fango salpicando por doquier, los cabellos lisos e interminables de quien nadie conoció, estaban empapados. Ese rostro fino de mujer no fue tocado por el agua, las gotas se resistían a palparlo, mientras que sus labios carmesíes dieron al mundo su beso de adiós.
Su pecho guardaba un recuerdo del viejo Niels, un regalo macabro. Entre sus senos excitados que aplastaban el frío impenetrable de la lluvia contra la tierra, se hundía por el peso de la noche aquel cuchillo italiano que el viejo Niels había comprado tres meses antes con el pretexto de la cena que prepararía para celebrar su reencuentro.
Él nunca pudo soportar que ella se fuera, y ella nunca esperó que él se quedara. Él envejeció desde el día en que la conoció: ¡El precio del amor! -se dijo- ¡de la felicidad! -le susurró la voz cálida de aquella mujer-. Él sintió desde siempre que ella sería su muerte y ella supo que sin él su alma caería.
Esa noche bajo el calor de un abrazo, el vestido negro de aquella delgada mujer se movió sorpresivamente, casi convulsionando, mientras que, bajo la lluvia, él clavaba sigilosamente el cuchillo del olvido en el pecho de su amada.
Aquella noche fue más larga que de costumbre y el frío todo lo congeló, hasta que un gemido seco e inconcluso liberó de los pocos árboles caídos las hojas que secundaron la figura clara del viejo Niels. Bajo el tenebroso manto de ébano se observó a un anciano bañado en agua y rociado en sangre, caminar lentamente, muy lentamente, con su bastón de roble viejo que sostenía el lado izquierdo de su cuerpo. Él se alejó poco a poco del camino lodoso, y arrastró su presencia sobre la putrefacta vegetación para consumir en el denso y viscoso moho verde, el impecable vestido blanco que cubría su dolor. Marchó firme y erguido hasta donde el peso de la infamia se lo permitió, sus zapatos blancos primero, su pantalón después, luego sus rodillas quejumbrosas, y finalmente, el traje entero fue teñido de pantano hasta que de sus ojos amarillos se esfumó entre burbujas lentas y espesas aquel destello opaco que le dio su amor.
A la mañana siguiente una vez disipada la bruma, sobre el camino aún lodoso fueron halladas unas pisadas borrosas marcadas por la margen profunda de una línea sobre el lado izquierdo de las mismas, a su lado, y desde el mismo lugar en el que las pisadas y la línea se hacían profundas, una mancha roja se extendía sobre el camino hasta perderse en el pantano. Al borde de este sólo quedó un cuchillo nuevo de empuñadura de madera -al parecer italiano- mientras que un bastón de roble viejo flotaba entre el moho y algunas enredaderas.
FIN
Referencia de imágenes:
http://tierrasbaldias.files.wordpress.com/2007/11/cthulhu.jpg
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